Interesante!!!

miércoles, 23 de enero de 2008

***La Mano Desasida, pretensiones de Machu Picchu para una inmortalidad humana

Alumno: Robert Baca Oviedo.
Curso: Teoría literaria V, profesora: Rosa Núñez Pacheco, cuarto año de Literatura. UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN AGUSTÍN-AREQUIPA, PERÚ.
Año: 2007




¿Qué palabra simple y precisa inventaré
Para hablarte, mi piedra?
Martín Adán.


Piedras Ensimismadas,
Vueltas hacia qué patrias del silencio,
Testigos de la nada,
Certificadas del destino final
Ernesto Sábato.



El hombre en su obsesión inagotable de permanecer en el primer peldaño de la escala evolutiva, invención de su propio ego, lidera sobre las demás especies jactándose de una superioridad racional y evolutiva frente a la naturaleza que lo circunda, pero con la que ha aprendido a lidiar a través de la prolongación de sus cinco sentidos enmascarándola con el nombre de evolución. Ésta que presupone un proceso natural en la cual los individuos se van modificando de una generación a otra[1]. Pero dicha evolución permanece en nosotros, como una coraza que se va tornando más compacta para encubrir nuestros más remotos instintos de solución del mundo. Esta pluralidad de soluciones a modo de prueba, es inherente a todo tipo de organismo (hasta del más inferior como los unicelulares) que tratan de interactuar en su medio para supervivir, para lidiar con ese entorno que intenta arrebatarle ese instinto de conservación.

El hombre ya desde su etapa primigenia, (igual a otro animal que se manifiesta como un organismo más elevado), ha podido desarrollar esta posibilidad de solución del mundo para preservar su conservación a través del ensayo, que para Popper según lo plantea en la primera parte de su libro “La responsabilidad de vivir[2], se da en tres fases: a) el problema, basado en que el organismo tiene que enfrentar una situación problemática; b) los intentos de solución, serían los ensayos y las teorías que intentarán solucionar el problema a través de los movimientos de prueba y, finalmente c) la eliminación, donde se desechan las teorías inadecuadas e insuficientes para saltar a otras hipótesis que intentarán resolverlas. La evolución no tiene cabida para nosotros como una modificación de perspectiva y actitud de cambio. Para el hombre, entonces, la evolución se basa en una tecnologización de estos intentos de solución que nos permitirá mantener viva la obsesión de subsistir y perdurar en este mundo. Esta estrategia de supervivencia basada en teorías de intento de solución frente al mundo se clarifica en todas sus invenciones donde quizá sea la más resaltante de todas, el lenguaje.

Este instinto de conservación del ser humano no sólo se basa en el hecho de preservar su especie comunitariamente, sino en el hecho de querer preservar su identidad, su yo único individual y preponderante. Es necesario crear diversos intentos solución frente a las situaciones problemáticas para poder garantizar nuestra estancia sobre la naturaleza, sobre una tierra que nos conmueve, asusta y sorprende. El hombre conciente ya de su mortalidad, de ese retorno a la tierra, a ese gran útero del cual un día fuimos expulsados, tecnologiza esos movimientos de prueba que nos permitirán resolver, al menos de alguna manera provisional, el problema de nuestra finitud, de nuestra escasa temporalidad en la tierra de los vivos. La invención del lenguaje se torna en objeto de creación perdurable a través de su intención comunicativa. Las tradiciones orales nos remiten a formulaciones sistemáticas que son capaces de almacenar información lo suficientemente sólidas, hecho comprobable al percatarnos que pueden transmitirse de generación en generación sin haber cambiado su esencia. Así también el acto de nombrar nos ubica dentro de la creación, dar nombre significa dar cabida plena a la existencia de una cosa, lo nominado es creado a partir del un lenguaje. La palabra tiene, entonces, una función creadora y dadora de vida. En el lenguaje escriturario los códigos se tornan ya en una tecnología para el hombre capaz de permanecer intacta a través del tiempo, el pensamiento, las reflexiones, los estado de ánimo y las nuevas formas de ver el mundo se hace manifiesto en un hoja, el hombre se traslada su interior y su forma compacta a un papel que hablara por él mientras el tiempo lo permita. El lenguaje y la invención paulatina de las cosas van sufriendo un proceso de abstracción hasta verse sólo como un símbolo de nuestra pretensión de inmortalidad. Aspiramos a ser eternos a través de nuestras creaciones porque podemos comunicarnos por medio de ellas.

Concebimos a las divinidades dentro del marco de lo perfecto en su capacidad de poder ser eternas. Dios es eterno, porque nosotros no lo somos. Los dioses son, entonces, la prolongación simbólica de querer conseguir nuestra inmortalidad. La idea de lo perfecto dentro de la conciencia mítica del hombre y sobre todo del hombre primitivo latinoamericano se refleja en su cosmovisión al momento de crear a sus dioses. Para ellos la perfección de una creación se relaciona con la intención comunicativa y la perdurabilidad en el tiempo. Una creación es perfecta, cuando pueda comunicarse a través de los siglos: “en seguida hicieron la carne del hombre con tierra y lodo. Pero vieron que estaba blanda y se deshacía (…) se dieron cuenta de que el hombre no salía perfecto, y que si al principio no podía articular palabras, no tenía entendimiento. Rápidamente se desmoronó dentro del agua, el muñeco de barro en forma de hombre.[3]

La idea de perfección no sólo se expresa en los pasajes del Popol Vuh como el texto citado anteriormente, sino en otro tipo de creaciones del personaje latinoamericano: en la escritura iconográfica (los códices maya-quichés), en la trascendencia pictográfica de las cerámicas, en el tejido, la base alimenticia en el maíz que relaciona al hombre con su carácter natural, y en la arquitectura. Tomamos a esta última como punto de partida especificándonos en Machu-picchu, ciudadela inca construida en el siglo XV en el valle de Urubamba. Machu-picchu, pequeño jirón del mundo donde el hombre descubre el origen de su desesperación ante la muerte. Martín Adán en su poemario La Mano Desasida (1961) toma a esta enorme proporción de roca sobre roca contrastándola consigo mismo para revelar nuestra mortalidad y cómo somos capaces de llegar a revestir los remotos miedos con la exhuberancia de las creaciones.

Martín Adán ubica su yo poético frente a Machu-picchu no como un simple objeto, en cual el individuo lo aprehende para examinarlo parte por parte y descubrir la verdad, única y absoluta. Sino como un objeto que se prolonga hacia la profundidad del mundo en su más íntima relación con el pasado, “eres la sensación de una distancia infinita”[4], de ese hombre callado y sumiso por la hegemonía de la historia que trata aún de hablarle a través de la piedra sus pesadumbres e incógnitas: “La realidad es lo más hondo del espíritu/ a donde no baja el ángel/donde el alma está sola.” Con esta nueva visión Martín Adán desecha la objetividad de laboratorista. Machu picchu se presenta ante él, no como una maravilla arquitectónica, sino como un ser pensante, comunicante y sensible; un hombre de piedra, un espejo en el que podemos reflejarnos y distinguirnos desenmascarando nuestro más remoto ser: “tú crees estar arriba, honda más en tu cielo/y me estás enquistada en mi vida muerta.” Machu- Picchu ante estos nuevos ojos no puede ser analizada con premisas, posturas y principios de la ciencia, es [como] “querer explicar hechos del espíritu mediante geodésicas es pretender extirpar una angustia con tenazas de dentista.[5]. Esa interactuación entre objeto-sujeto, se extiende del yo poético hacia Machu-picchu conectándolo con la naturaleza y demostrándole los miles de hombres que conforman esta piedra y también cómo estos hombres residen dentro de uno mismo remitiéndole a revelar el túnel más oscuro de la condición humana: ¡Mi alma de piedra, exacta y rompidísima,/ innumerable e idéntica.

Esta cantidad innumerable de personas existiendo en Martín Adán, hacen que tome conciencia en instantes diminutos que Machu-Picchu es sólo una montón de piedra, incomunicable y gélida: “Tú no eres la verdadera verdad, /Tú no eres sino la piedra para cimentar mi día.”; “La fatiga es humana. Tú no estás fatigado, /Tú estás disminuido/Porque cayó y rodó la piedra”. Pero mientras va descreyendo aún más de ella sus temores van ascendiendo en incontables enigmas tanto de él mismo como de la piedra: “¿Eres hembra, esqueleto?/¿Eres macho, piedra?/¿Eres varón, tacto?”; “¿Dónde estás Machu picchu?/¿Estaré vivo?/ ¿Habré muerto?/ ¿Dónde estoy en tu misterio?”. Su comunicación reside, pues, en el monólogo que siembra sobre las personas que se posicionan frente a ella revelándoles la verdad de su esencia: “Machu picchu, mi ser/ piedra sublime, infernada y maldita”; “machu picchu, piedra mía, / maqueta de mi infierno”.
Nadie llegará a comprender a Machu-picchu si los ven con ojos deslumbrados, como a una piedra superpuesta u obra de algún dios o de algunas magnificencias divinas. Para Adán, detrás de Machu-Picchu existe una cara lítica que se abre para mostrarnos la complejidad del hombre prehispánico ante la resignación del tiempo, ante esa severidad que le exigían sus dioses para desafiar el límite de sus fuerzas, sus fantasmas o la soledad frente al poderío de su entorno natural residentes aún en el alma del poeta, en el alma del hombre contemporáneo. Es un pensamiento que se manifiesta traspasando todo tipo de materia orgánica que la encierra: “Tú eres verdad, Machu Picchu/ La verdadera verdad de la primera sabiduría/ La del gato que mea/ la del humano que fornica/ Fabrica de indios inmundos del siglo quince/ que presintieron el fin de sus días.” La infinidad de hombres que construyeron Machu-Picchu hablan superando el ciclo vital de sus organismos, han tenido que adoptar un nuevo cuerpo para comunicarse: la piedra y la proyección de la vista de quién la mira: “Nadie se fijó en esta escena, pasaba la mirada por encima como por algo secundario, probablemente decorativo. Con excepción de una sola persona, nadie pareció comprender que esa escena constituía algo esencial.”
El carácter mítico que Martín Adán rescata de Machu-Picchu estaría presidida por la misma metáfora, único medio para explicar la consumación de lo humano en su esencia finita: “¡Hay, Poesía, Machu Picchu!/ Es mi sentido de que no soy nada.” Esta figura actúa en todo el poemario como un don que no puede ser transmitido y traducido por otro lenguaje. La metáfora contiene un sentido cognoscitivo completo de la realidad donde lo puramente semántico no es capaz de construir un análisis preparatorio que pueda determinar con amplitud interpretativa un reconocimiento exacto del mundo: “Era inútil que les explicara que algunas realidades sólo pueden explicarse como el que sueña lo comprende lo que sus pesadillas significan”.

La realidad de Martín Adán se discierne en él mismo. Su conciencia del mundo se inicia no sólo en su racionalidad otorgada por la vista, sino en la base de sus sensaciones que denotan el enigma del ser humano frente a lo intangible, frente a un fenómeno que nos disuade entre la realidad real y lo que podemos aprehender de ella: “Tú, Machu Picchu, eres la razón y la realidad, / Y su materia y su medida.” Machu Picchu nos demuestra ese retazo de conocimiento que nos falta, de ese pequeño espacio que al encontrarlo materializa una plenitud falsa neutralizando, por un momento, esa inconsistencia de nuestra vidas. Machu Picchu es ese pedazo de tierra que inventamos para consolidar una estabilidad de la que no formamos parte, ya que el hombre resuelve un enigma para adentrarse en otro: “Creamos lo que no tenemos lo que ansiosamente necesitamos.

El hombre prehispánico que anida en los adentros de Machu Picchu, tiene la necesidad de verse inmortal a través de una roca, pero sabe de la poca durabilidad de ésta. Sus pretensiones de comunicarse eternamente peligran, incluso, en sus creaciones más sólidas: “Machu Picchu…/ ¿Cuándo seremos la eternidad?/ ¿Cuándo nos diremos la humana mentira?/ ¿Cuándo muerte y resurrección me vida?”. Reflexionando sobre el poco soporte de su materia las primeras canas y algunas escasas arrugas le dibujan ya la muerte: “Advertí, para colmo, que mi cuerpo o mi sudor, tenía un insoportable y feísimo olor. Pero ya no podía retroceder y siendo así lo mejor era proceder cuanto antes.

Martín Adán advierte que Machu Picchu también es humana y que un día ha de perecer ante el tiempo. Entonces en medio de la oscuridad del caos que lo gobierna, lanza su último desafío: “¡Somos reales porque/ lo pensamos/ Somos eternos porque/ el semen dura!”. Con estos cuatro últimos versos, el poeta recoge nuestra más antigua tradición mítica frente a lo inevitable del destino, la concepción circular de la regresión a la tierra donde nuestro cuerpo ha de renovarse para retornar apto a la nueva vida. Es necesario que algo culmine y se destruya para darle paso al inicio de algo nuevo. Pero esa destrucción no presupone una exterminación total, sino que esa nueva creación toma la esencia de la anterior para poder partir manteniéndose así de generación en generación. La inmortalidad del hombre latinoamericano se ve comprometida dentro de este ciclo archivado a manera de ley natural en el Popol Vuh: “Así lo hizo la joven, y en ese instante la calavera lanzó un chisguete de saliva que fue a hacer directamente en la palma de la mano de ella (…) La voz de la calavera dijo: -En mi saliva te he dado mi descendencia. Así la naturaleza de los hijos, que son como la saliva, ya son hijos de un Señor, de un hombre sabio u orador. Su condición no se pierde cuando muere, sino que se hereda.”[6]

La obsesión de este animal bípedo por verse como un ente eterno, lo ha llevado a crear las más intangibles invenciones. Somos seres necios que negamos aceptar la escasa permanencia sobre este suelo, sobre esta inmensidad llamada mundo que nos sorprende y cuestiona. Somos mortales pero seguimos hablando con nuestros más remotos antepasados a través de un inmenso material simbólico, he ahí el principio de nuestra inmortalidad. Aunque el ensayo ha pretendido un análisis de Martín Adán he tratado de respaldarme en la trilogía de Sábato ya que concibe al hombre latinoamericano como un animal simbólico que conserva aún su carácter mítico, corpus suficiente para crear una nueva identidad colectiva. En martín Adán, como pudimos ver, se refleja también este indicio pero a manera de una gran metáfora: Latinoamérica reside dentro de la cabeza de sus hombres como una huella de sus antepasados: “Una mano sobre otra mano/ Y una palabra sobre otra palabra/ Y una piedra sobre otra piedra”. Quisiera terminar con una cita de Sábato extraído de una entrevista que nos lleva a reflexionar de que no sólo la valorización de la cultura de América Latina reside en la fijación de lo histórico-cultural, sino en la perspectiva del yo latinoamericano que reintegra su yo originario en todo tipo de expresión, exento de una cultura occidental que nos toma como una cifra frente a un cuadro estadístico, no como un ser viviente sino confundiéndonos con engranajes circunscritos en las autopartes de una gran máquina, el mundo: [creemos en]“el retorno a la unidad primigenia del hombre con la revalorización del pensamiento mítico-simbólico. Para esto el arte desempeña un papel esencial y de primera magnitud, frente a la ciencia, que ha sido de fatal escisión.”

Bibliografìa:
-VARIOS, autores. Diccionario enciclopédico Lexus, 2000.
-POPPER, Karl. La responsabilidad de vivir. Editorial Paidós, 1995.
-ANÓNIMO. Popol vuh. Ediciones Esotérica, 1975.
-ADÁN, Martín. Obra poética en prosa y verso. PUCP, Lima. 2006.

[1] Definición de evolución desde un punto de vista biológico según el diccionario enciclopédico Lexus, 2000.
[2] La primera parte de dicho libro contiene una recopilación de conferencias tituladas: “cuestiones del conocimiento natural”. Las fases del ensayo se encuentran dentro de la conferencia “teoría de la evolución desde un punto de vista teórico-evolutivo y lógico”, dictada el 7 de marzo de 1972. Editorial Paidós, 1995.
[3] “la creación del fallida”, Popol Vuh
[4] Las citas de poesía a partir de este verso están basadas en el poemario La Mano Desasida de Martín Adán.
[5] Las citas que se encuentran en negrita y cursiva pertenecen a la trilogía de Ernesto Sábato: El Túnel, 1948. Sobre Héroes y Tumbas, 1962 y Abaddón el Exterminador, 1973.

[6] “La historia de la doncella llamada Ixquic” del Popol vuh.

7 comentarios:

Matías Irarrázabal dijo...

me dare un poco mas tiempo para digerir completamente tus palabras


http://asociaciondelbuenescribir.blogspot.com/



saludos cordiales

Matías Irarrázabal dijo...

Muchas gracias por su comentario

saludos cordiales desde chile...

Matías Irarrázabal dijo...

Hola mi mail y msn es saitam23@gmail.com

si quieres unirte te mandare una invitación.. pero necesito tu gmail o hotmail para que te llegue con éxito

saludos cordiales

Francisco Joaquín Marro dijo...

que hay mi querido perro calato, ahorita me ha llegado tu mensaje... justo cuando estaba por abrir paginas mañosas, jjj

Francisco Joaquín Marro dijo...

pero eleimina el comment con mi mail, pes, que si no me lloveran fans, jj

Oscar Ramirez dijo...

PERO NO TE OLVIDES DE PARTICIPAR!!!!!

Y DIFUNDIR EL EVENTO POR ALLÁ

CONVOCATORIA PARA LA PRIMERA ANTOLOGÍA DE POESÍA Y NARRATIVA BREVE “CATÁSTASIS” 2008

Mayor información:

http://edicionesorem.blogspot.com/

André Cazudgg dijo...

Me ha gustado este blog
bastante prolijo (en sus dos acepciones)

Saludos

Nos leemos!